Argentina, Borges, laberintos… Mi autor favorito puede interpretarse y reinterpretarse de manera infinita. Esta vez, prestemos atención a los laberintos.
Si algo destaca en la vida y obra de Jorge Luis Borges es su completa predisposición a lo mágico y a la incesante búsqueda de la razón no humana de las cosas. De allí, supongo, se desprende su gran interés por los laberintos. O, quizás, sea solo por el simple hecho de haber nacido y vivido en Argentina… A ojos vistas, tamaño laberinto.
Cualquiera haya sido su inspiración, este tipo de construcciones efectivamente realizadas por la mano del hombre implican un halo sobrenatural en la mente del escritor, quien otorga un carácter taumatúrgico y contradictorio a tales estructuras. El ser humano, extraviado en el laberinto, intentará —no siempre con facilidad ni con éxito— llegar a esa salida en donde se encuentra la verdad. Su objetivo: saber, al fin, para qué estamos sobre la tierra.
Borges juega con los lectores y los adentra en un fascinante universo tanto real como irreal, a sabiendas de que:
No hay necesidad de construir un laberinto cuando todo el universo es uno.
Los orienta utilizando sus propias metáforas y recursos para satisfacer su búsqueda de la perfección y ofrecerles cierta información referente a la determinación del ser humano en cuanto a encontrar su destino en este mundo.
Argentina, Borges, laberintos…
Como, lamentablemente, desde hace décadas a los argentinos nos han venido robando nuestra capacidad de comprensión, por supuesto, no entendemos nada. En consecuencia, no prestamos atención a las señales y, mareados en el laberinto, hemos dejado de caminar de forma racional e inteligente.
Ahora, corremos; nos chocamos unos contra otros como tontos despavoridos, metiéndonos en cualquier diagonal y dándonos de cabeza contra las paredes. Hemos perdido la habilidad de discernir, ya no sabemos cuál puede llegar a ser el camino correcto, ese que se supone nos lleve al final de esta locura en la que estamos viviendo y nos revele al menos una razón valedera que explique para qué diablos estamos aquí.
Aquí. No digo en la tierra. En Argentina.
¿Existe una salida? No lo sé (estuve a punto de escribir «No creo», pero no quise ser tan pesimista). Solo sé que el laberinto argentino es peligroso… Sus pasillos están mutando hacia formas cada vez más complejas y monstruosas, más cerradas y estrechas.
Aun así, afirma Borges:
El peor laberinto no es esa forma intrincada que puede atraparnos para siempre,
sino una línea recta única y precisa.
Esperemos no caer, en nuestra loca carrera, en esa RECTA FINAL.