Un artículo…
Empieza con un pedido de un cliente. Una suerte de epifanía; para el redactor, por supuesto. Pero debo mantenerme humilde, pues lo que el cliente desea no siempre es lo que yo tengo en mente. Es decir, de pronto sé qué alguien me ha encargado algo que tengo que escribir y eso puede ser, en el caso de un artículo para el blog de una tienda online o de un artista desconocido, solo una idea muy general.
En el caso de una descripción de productos, no: se tratará, la mayoría de las veces, de un texto muy específico que habrá de describir muy bien el elemento en cuestión. Y solo su aspecto externo e interno y sus cualidades, porque si me extiendo demasiado quizá se echa todo a perder.
En el caso del artículo para blog, por ejemplo, yo conozco el punto de partida y la finalidad: captar a una audiencia que aprecie una buena lectura y, por supuesto, que demuestre interés por el producto que comercializa mi cliente. Pero luego tengo que descubrir, mediante mis muy limitados recursos, dos cosas: qué es lo que realmente interesa a la audiencia y qué diablos es lo que en verdad tiene en mente mi cliente. Y tener muy en claro cómo desea el cliente que me dirija a su público objetivo, toda vez que él es mi jefe.
Por cierto que, jefe por jefe, prefiero, desde luego, a aquellos que saben valorar mis sugerencias. Después —más bien al principio, si vamos al caso— hay que buscar las mejores keywords. Estas, se entiende, espero recibirlas en las instrucciones de cada cliente. De ninguna manera es una solución personal mía. Para mí, lo mejor y lo más cómodo es que me las proporcionen en un briefing, junto con precisas instrucciones (digo esto con la venia del señor Cortázar). Nadie mejor que el mismo cliente para conocer de qué forma su target le googlea en la web.
En ocasiones, el redactor prevé todo esto y se siente trabado. Es decir, prevé que le van a exigir quince keywords —de las simples o de las long tail— con una frecuencia de dos a tres veces en un texto de 350 palabras y se quiere morir. En tal caso, el escritor hace magia, apela a todo su profesionalismo y entrega el texto tal y como el cliente lo desea; que para eso, claro, el cliente es quien manda.
¡Oh, qué bello y qué imposible es parafrasear a un genio!
No dejes de leer Cómo nace un texto, de Jorge Luis Borges.