Los redactores llevamos adelante nuestra profesión entre verdaderas paladas de cal y arena. En medio de ese trajín, un día, nos llega una propuesta de trabajo que nos devuelve la ilusión, esa que estaba perdida en medio de envíos de presupuestos lanzados sin rumbo hacia el ciberespacio. Cuando eso sucede, de pronto, recobramos el entusiasmo y celebramos el placer de participar en proyectos que nos enriquecen.
Cuáles son, a mi entender, esos proyectos que nos enriquecen:
Los de aquellos clientes que evalúan muy bien al profesional a contratar
En el mundo de la redacción profesional, lamentablemente, la mayor parte del trabajo se lo llevan quienes presentan la tarifa más baja (irrisoria, a veces).
Está bien, cada uno es libre de ofertar al precio que le resulte conveniente (según el tipo de cambio de su país, por ejemplo, o su tiempo disponible). El problema es que los servicios ofrecidos muchas veces son mediocres y, en la competencia, los profesionales siempre perdemos.
Entiendo que, por un lado, esto es culpa de clientes que solo buscan pagar lo menos posible por un trabajo al que muchas veces califican de fácil y rápido (aunque todos sabemos que no es ni lo uno ni lo otro).
Luego están esos otros clientes que también seleccionan las tarifas más baratas, pero que, como no saben, ni siquiera se dan cuenta de que les está brindando un servicio muy pobre.
Por eso… ¡Qué importante es para nosotros que un cliente se tome el trabajo de evaluar nuestro perfil, solicitar y leer textos de muestra y realizar una selección basada en competencias!
Los de aquellos clientes cuyos proyectos potencian nuestra pasión por la escritura
Me refiero a esos proyectos que nos dan la oportunidad de “meter mano” exactamente en esa clase de textos que nos encantan. En mi caso, como buena borgeana, me refiero muy especialmente a los cuentos (pero también, con mi corazoncito administrativo, a todos los textos que tengan que ver con el management y la estrategia).
Como profesional, por supuesto, puedo adaptarme y redactar cualquier tipo de texto. Pero cuando me toca revisar, corregir, editar o escribir cuentos, puedo afirmar que soy feliz.
A propósito, por favor, no pierdan la ocasión de leer los Cuentos breves y extraordinarios del maestro JLB, escritos o recreados en coautoría con su gran y talentoso amigo Adolfo Bioy Casares.
Los de aquellos clientes que valoran nuestro conocimiento
Escribir es, en parte, un don. Pero, por supuesto, es también el resultado de años de estudio, observación minuciosa, atención al detalle, búsqueda de ritmo, armonía y fluidez. Muchas horas de revisar, borrar y reescribir, volver a comprobar… Y así, varias veces.
El arte de escribir más todo este entrenamiento conforma, con el paso del tiempo, un expertise que, por lo general, no suele ser apreciado. Por eso, cuando un cliente reconoce y valora nuestro saber es maravilloso.
Los de aquellos clientes que nos hacen parte de un equipo multidisciplinario
Si un proyecto nos encanta y, además, nos conecta a un equipo multidisciplinario en el cual participamos activamente aportando nuestro punto de vista, sugerencias, todos en conjunto trabajando para darle la mejor forma a un producto hasta alcanzar un resultado de excelencia, entonces la labor se vuelve increíblemente gratificante.
Los de aquellos clientes que agradecen lo que reciben
Que valoren nuestro saber, decía, es maravilloso… ¡Ni hablar si, además, nos dan las gracias! Toda una caricia al alma.
Los proyectos que, en definitiva, nos devuelven mucho más de lo pautado
Y no hablo de dinero, aunque obvio mencionar que esta clase de proyectos siempre ofrecen un buen y justo pago. Hablo de que se aprende y se disfruta tanto que, realmente, hace que nos llevemos la mejor compensación:
- Sentirnos reconocidos y valorados como profesionales.
- Participar activamente de un proyecto apasionante.
- Ampliar nuestra red de contactos profesionales.
- Tener la oportunidad de desplegar nuestro talento, pasión y conocimiento.
- Compartir, en un dar y recibir, esa actitud y sentimiento tan valioso que se llama GRATITUD.