Desde hace ya unos meses que vengo siguiendo con sumo interés el debate sobre inteligencia artificial (IA) vs. inteligencia real. Mi opinión al respecto es tajante: jamás una inteligencia artificial reemplazará la inteligencia del hombre.
Claro que, como toda tecnología, la IA es absolutamente capaz de incrementar la eficiencia. Pero, ojo: esta eficiencia siempre estará en modo potencial. ¿Qué significa esto? Que este futuro aumento de eficiencia estará latente, sin movimiento, hasta que, al fin, llegue ese cerebro humano que la active y la transforme en eficiencia real.
¿Son las IA una amenaza para quienes trabajamos con contenidos?
El mundo de los redactores no ha escapado a la invasión de las distintas aplicaciones de inteligencia artificial que, pareciera, han llegado para reemplazarnos.
De hecho, a muchos les resulta difícil discernir si el incremento de textos generados a partir de IA supone —tanto para nosotros, los redactores profesionales, como para nuestros clientes— una invaluable ayuda o una verdadera amenaza.
En realidad, no son ni una cosa ni la otra. Al menos, en sus extremos. En principio, estas IA se muestran como un software útil para crear textos. Pero, en realidad, no todo es tan sencillo como parece.
¿De qué modo pueden las IA sernos útiles?
Las IA pueden ayudarnos, por ejemplo, a buscar palabras clave. También para proveernos de una estructura modelo si tenemos que redactar una carta comercial, un informe, un memorándum, una biografía, o bien una noticia. También un artículo, resolver una pregunta del estilo de: «¿Cómo hago tal o cual cosa?» e, incluso, generar un examen con sus preguntas y respuestas.
Pero si no les echamos una mano verificando toda la información, reacomodando las palabras o, directamente, reconstruyendo el texto completo, pues bien… Ahí comienzan los problemas.
Debilidades de las IA
Carecen de estilo
Los que tenemos el ojo habituado a la lectura detectamos de inmediato cuándo un artículo ha sido provisto por una IA. A simple vista, algo nos hace ruido. Y, claro… Es que le falta estilo. El toque humano, digamos. Ni hablar si les pedimos determinada cantidad de palabras… El relleno se nota demasiado, restándole valor al texto resultante. Además, las IA nunca podrán enseñarte cómo escribir un buen artículo sin caer en un laberinto borgeano.
No son confiables en un 100 %
Puede que el texto generado contenga datos erróneos, o bien imposibles de verificar porque, sencillamente, no existen. Asimismo, esta clase de textos se fundamentan en otros ya existentes. En consecuencia, puede que aparezcan problemas relacionados con la originalidad de los artículos.
En cuanto a los clientes…
Por cierto, nuestros clientes no solo valoran el contenido humano, sino que, obviamente, reconocen los textos producidos mediante inteligencia artificial. Alguno podrá no darse cuenta; pero, en general, están atentos.
Así como escribir es nuestro trabajo, el de ellos es vender mediante una estrategia de marketing de contenidos. Y, créeme, no van a arriesgar toda una inversión en textos originales y de primera calidad… Apenas descubran que un artículo que te han pagado por bueno ha sido producido artificialmente, habrás perdido un cliente para siempre.
¿Conclusión?
Por más trendy y on fire que estén las IA, la inteligencia genuina, estoy segura, nunca tendrá reemplazo.
Aun así, no te digo que no consideres usar las IA como parte de tu instrumental de trabajo. Utilízalas, sí, pero sin perder de vista que, simplemente, son eso: una herramienta.
Puedes ahorrar tiempo y también obtener de ellas ideas e inspiración, pero no les pidas talento…
El talento eres tú.
Bonus: aquí te dejo un interesante artículo de mi amigo Carlos Vicente Moreno Roballo, donde el autor explica la utilidad de las distintas IA como herramientas para gestionar el conocimiento.