Perdón, maestro Borges… Perdón, también, buenos escritores… Esta vez, la alegría amerita mi atrevimiento. Aquí les dejo este pequeño cuento que escribí al inicio del Campeonato Mundial de Fútbol siguiendo una de las consignas de otro mundial, el Mundial de Escritura.
Por cierto…
¡GRACIAS, SELECCIÓN NACIONAL ARGENTINA!
EL CIELO DE KRAVZKOV
Zrevnakzsa no veía la hora de que acabara la clase. Cuando ¡¡por fin!! recibió en la mente la vibración que anunciaba la terminación de la jornada escolar, tuvo que reprimir un grito de emoción. Sus compañeros, e incluso el profesor Brezknazv, se veían igualmente inquietos, y esto ocasionaba que del salón se escaparan miles de luces de todos los colores.
En una micronésima de segundo, la pequeña Zrevnakzsa desactivó el panel dicroico, guardó sus útiles en la zkreva y corrió lo más rápido que pudo hasta la puerta de la escuela. Una vez afuera, activó el biotransportador y se materializó en medio de la sala principal de su strakz.
Krozk y Rakzvra ya estaban allí, esperándola. Krozk se había retirado más temprano del trabajo para estar en casa a tiempo. Por su parte, Rakzvra ya tenía todo organizado: las bebidas frescas y, sobre la zkrivka, listas para compartir, las bandejas repletas de krutzkoretz, los bocadillos favoritos de todos. La eterna noche kravzkovniana todavía era joven… ¡Pero ya faltaba menos! Aun así, los tres estaban ansiosos.
El corazón violeta de Zrevnakzsa latía con mayor intensidad que de costumbre. Una suave luz lila tornasolada emanaba de su pecho y alumbraba todo el recinto. Krozk y Rakzvra estaban encantados. La niña se veía preciosa envuelta en su halo de emoción violácea.
Pronto llegaría la familia: las hermanas de Rakzvra con sus esposos, los primos, el hermano de Krozk con su novia del momento… También vendrían los abuelos Bravzkov y Zrukda. No salían demasiado, pero por nada del mundo iban a perderse el acontecimiento. La pequeña Zrevnakzsa estaba tan ilusionada… ¡Era su primera vez! Sabían que hoy sucedería porque los ancianos, que eran los más perceptivos, habían captado y descifrado las ondas de los medios terrícolas.
Krozk acarreó las reposeras a la calle. La amplísima avenida comenzaba a llenarse de vecinos que también cargaban las suyas, presurosos por encontrar la mejor ubicación.
La noche plomiza de Kravzkov pronto cubrió toda la superficie del planeta. Kravzkov, el planeta de plomo. El planeta oscuro, el planeta apagado… Allí, casi siempre era de noche. Y la noche era de un gris intenso y opaco. A veces, negro.
Era cuestión de minutos.
—¡Rápido! ¡Rápido! —gritó Zrukda—. ¡Vengan ya! ¡Cada uno a su lugar!
Zrevnakzsa cayó de espaldas sobre su reposera, tumbándola tan horizontalmente como le fue posible. Lo mismo hicieron Krozk, Zrukda, los abuelos, el resto de la familia y los vecinos.
Todos los del barrio yacían panza arriba, expectantes, acostados sobre las reposeras en medio de la calle, con un par de tentáculos sosteniendo las cabezas y los otros ocupados con tragos y comida. Al aire libre, inmersos en las sombras, escudriñaban entusiasmados el espacio intergaláctico, las miradas atentas y enfocadas hacia una misma dirección.
De pronto, se oyó una prolongada exclamación:
—¡OHHH…!
—Es verdad… —susurró Zrevnakzsa, la pequeña—. ¡Es bellísimo!
En medio del cielo ceniciento, la Tierra, el único y gran punto luminoso que podía verse desde el planeta oscuro, había comenzado a parpadear como enloquecido. El cercano planeta se veía como una gigantesca pelota latente que emitía colores increíbles, creando en el tedioso firmamento kravzkovniano aquella fabulosa aurora de destellos multicolores que Zrevnakzsa y todos aguardaban con inmensa ilusión.
Se trataba, sin duda, de un espectáculo único que nadie quería perderse. Un extraño fenómeno que los había sorprendido por vez primera hacía ya 92 años y que, casi invariablemente, volvía a repetirse cada 4 años.
Una maravilla estelar cuya periódica manifestación alegra y llena de esperanza los corazones de los seres del espacio…
Un prodigio misterioso que, aún hoy, tiñe de colores el monocromático cielo de Kravzkov.
- Última consigna del Mundial de Escritura 2022: crear un texto de mínimo 3.000 caracteres en el que el autor exprese de alguna forma que está a favor del Mundial de Fútbol.